Lost in Translation
Acabo de terminar de ver “Lost in Translation” (2003), por lo que Sofía Coppola se ha convertido de inmediato en una de mis directoras favoritas, alcanzando con mucho a su padre, Francis F. Coppola.
“Lost in Translation” no es una película para ver un sábado en la noche. Requiere de mucha contemplación, por lo que tampoco es una película para ver en familia. “Lost in Translation” sugeriría ser vista entre amigos del mismo sexo, o de preferencia solo, encerrado en un cuarto, con sustancias ilegales.
“Lost in Translation” habla de ser un extranjero en tierra extraña. Tokio no sólo resulta ser un escenario fascinante, que acentúa la soledad de los personajes, Bob Harris (Bill Murray) un actor de películas que viaja a Tokio a grabar unos comerciales, y Charlote (Scarlett Johansson) la joven esposa de un fotógrafo que viaja a Japón a trabajar con una banda de rock.
Al principio, el filme te transporta a una ciudad que mezcla lo extremadamente occidental en territorio oriental. El difícil y en gran medida exótico idioma japonés hace que los personajes se sientan, efectivamente, perdidos en la traducción. Detalles como la estatura, el ya mencionado idioma, las luces de la ciudad que nunca parecen descansar y los artefactos que suenan a mitad de la noche, como el fax, las alarmas, los súper trenes y las cortinas que se abren automáticamente al amanecer.
Al hospedarse en el mismo hotel en Tokio, los personajes no podrán evitar encontrarse, hablarse e identificarse. El natural encanto de Bill Murray se deja percibir y los espectadores no podrán evitar desear, de una manera extraña, su (en un principio) impensable unión con la joven Scarlett Johansson, veinte años menor.
La banda sonora, así como el guión y la dirección son impecables. Las escenas que más quedan grabadas en la memoria son escenas con música japonesa (creo) más o menos instrumentales. Recuerdo sobre todo las escenas en la que Scarlett Johansson (cómo olvidar esas escenas) camina en ropa interior en su habitación, contempla la ciudad de su ventana o se golpea el pie.
A lo largo del filme saldrán a relucir las respectivas crisis de los personajes principales, la crisis de la edad madura en el caso de Bob; y el desencanto de Charlote con su matrimonio y el no encontrar una vocación que la llene del todo. Al final, las crisis de los personajes no se diferencian tanto la una de la otra, lo que crea en ellos una identificación al punto de generar cariño, celos e incluso, por qué no, amor.
En mi opinión la película alcanza dos clímax. El primero durante la salida de Bob y Charlote con unos amigos japoneses de ella. Más exactamente, cuando Charlote canta una canción usando una peluca rosa mirando a Bob, bailando y moviendo los brazos y los hombros. Es un coqueteo que encaja de manera impresionante en los personajes. Luego está el final, la explosión de sentimientos bien lograda. Los susurros al oído de Charlote.
Todo parecía haber terminado ya, pero qué es peor: ¿irse cada uno por su lado, o sellar la relación volviendo “Lost in Translation” una película no sólo de sentimientos, sino también de amor? Bob y Charlote no sólo son extranjeros en Tokio, son extranjeros en Estados Unidos y lo serán en cualquier parte. No sólo están perdidos en la traducción, sino también en sí mismos. Y el tiempo que pasaron juntos fue un reencuentro. Porque al final, de eso se trata la vida, el amor y “Lost in Translation”.
Con mucho, la mejor película de Sofía Coppola, sin desmerecer su ópera prima.
Altamente recomendable.

Acabo de terminar de ver “Lost in Translation” (2003), por lo que Sofía Coppola se ha convertido de inmediato en una de mis directoras favoritas, alcanzando con mucho a su padre, Francis F. Coppola.
“Lost in Translation” no es una película para ver un sábado en la noche. Requiere de mucha contemplación, por lo que tampoco es una película para ver en familia. “Lost in Translation” sugeriría ser vista entre amigos del mismo sexo, o de preferencia solo, encerrado en un cuarto, con sustancias ilegales.
“Lost in Translation” habla de ser un extranjero en tierra extraña. Tokio no sólo resulta ser un escenario fascinante, que acentúa la soledad de los personajes, Bob Harris (Bill Murray) un actor de películas que viaja a Tokio a grabar unos comerciales, y Charlote (Scarlett Johansson) la joven esposa de un fotógrafo que viaja a Japón a trabajar con una banda de rock.
Al principio, el filme te transporta a una ciudad que mezcla lo extremadamente occidental en territorio oriental. El difícil y en gran medida exótico idioma japonés hace que los personajes se sientan, efectivamente, perdidos en la traducción. Detalles como la estatura, el ya mencionado idioma, las luces de la ciudad que nunca parecen descansar y los artefactos que suenan a mitad de la noche, como el fax, las alarmas, los súper trenes y las cortinas que se abren automáticamente al amanecer.
Al hospedarse en el mismo hotel en Tokio, los personajes no podrán evitar encontrarse, hablarse e identificarse. El natural encanto de Bill Murray se deja percibir y los espectadores no podrán evitar desear, de una manera extraña, su (en un principio) impensable unión con la joven Scarlett Johansson, veinte años menor.
La banda sonora, así como el guión y la dirección son impecables. Las escenas que más quedan grabadas en la memoria son escenas con música japonesa (creo) más o menos instrumentales. Recuerdo sobre todo las escenas en la que Scarlett Johansson (cómo olvidar esas escenas) camina en ropa interior en su habitación, contempla la ciudad de su ventana o se golpea el pie.
A lo largo del filme saldrán a relucir las respectivas crisis de los personajes principales, la crisis de la edad madura en el caso de Bob; y el desencanto de Charlote con su matrimonio y el no encontrar una vocación que la llene del todo. Al final, las crisis de los personajes no se diferencian tanto la una de la otra, lo que crea en ellos una identificación al punto de generar cariño, celos e incluso, por qué no, amor.
En mi opinión la película alcanza dos clímax. El primero durante la salida de Bob y Charlote con unos amigos japoneses de ella. Más exactamente, cuando Charlote canta una canción usando una peluca rosa mirando a Bob, bailando y moviendo los brazos y los hombros. Es un coqueteo que encaja de manera impresionante en los personajes. Luego está el final, la explosión de sentimientos bien lograda. Los susurros al oído de Charlote.
Todo parecía haber terminado ya, pero qué es peor: ¿irse cada uno por su lado, o sellar la relación volviendo “Lost in Translation” una película no sólo de sentimientos, sino también de amor? Bob y Charlote no sólo son extranjeros en Tokio, son extranjeros en Estados Unidos y lo serán en cualquier parte. No sólo están perdidos en la traducción, sino también en sí mismos. Y el tiempo que pasaron juntos fue un reencuentro. Porque al final, de eso se trata la vida, el amor y “Lost in Translation”.
Con mucho, la mejor película de Sofía Coppola, sin desmerecer su ópera prima.
Altamente recomendable.
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